«Queridos hijos, también hoy el Altísimo me concede la gracia de poderlos amar y de llamarlos a la conversión. Hijitos, que Dios sea su mañana no la guerra ni el desasosiego, no la tristeza sino la alegría y la paz deben reinar en los corazones de todos los hombres, y sin Dios nunca podrán encontrar la paz. Hijitos, por eso regresen a Dios y a la oración para que su corazón cante con alegría. Yo estoy con ustedes y los amo con inmenso amor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!» Mensaje del 25 de junio de 2015

Cuando hace aproximadamente veinte años, comencé a leer y a prestar más atención a los mensajes de la Reina de la Paz, lo que de manera especial me llamó la atención, fue que no encontré contradicción alguna entre los mensajes y lo que el Señor nos dice en su Palabra, y lo que nos enseña a través del Magisterio y la Tradición de la Iglesia.

El llamado a la conversión que la Madre vuelve a hacernos en este Mensaje, es en total sintonía con lo que nos ha enseñado su Hijo Jesús. Veamos a continuación un par de ejemplos que nos ayudarán a tener una mayor comprensión sobre lo que tanto Jesús como la Reina de la Paz quieren enseñarnos cuando nos invitan a convertirnos.

Jesús le dijo a sus discípulos (y nos dice a cada uno de nosotros) que si no cambiamos y no nos hacemos como niños, no podremos entrar en el Reino de los cielos (Mt. 18:3).

Hacerse como niños implica recorrer el camino del aprendizaje, de la humildad, de la pequeñez interior, y no creernos superior o mejores que los demás. Y la conversión es un cambio profundo de la mente y del corazón. El que se convierte se da cuenta de que algo debe cambiar en su vida, y se decide a hacerlo.

Con estas palabras del evangelio de Mateo, Jesús estaba señalando a los discípulos que no entendían bien su misión, que iban en un sentido totalmente equivocado, alejándose en lugar de acercarse al Reino del Cielo.

Y si los discípulos -que además tenían a Jesús continuamente junto a ellos- corrían el riesgo de errar sus motivaciones, ¿cómo no vamos a estar nosotros sujetos a equivocarnos?

Por eso necesitamos examinar con honestidad y frecuentemente nuestras motivaciones e intenciones más profundas. Si la meta es el cumplimiento de una ambición personal, la adquisición de poder personal, el disfrutar de prestigio personal, la exaltación del “yo”, etcétera…, entonces se está caminando en dirección opuesta al Reino del Cielo, aun cuando exteriormente trabajemos en las obras de la Iglesia; porque ser ciudadano del Reino quiere decir poner el propio “yo” a los pies de la cruz del Señor, buscando en todo su voluntad, lo que más le agrada, lo perfecto; es consumir con alegría el “yo” en el servicio a los hermanos más necesitados. Y cuando hablamos de necesitados nos referimos no solo a las necesidades materiales, sino también a las afectivas y espirituales que tantos hermanos están padeciendo a nuestro alrededor.

Mientras uno considere que su persona es el centro del universo familiar, laboral o eclesial, entonces estará caminando en el sentido opuesto al Reino. Por ello, si en verdad queremos convertirnos, es necesario revisar -con la luz del Espíritu Santo- los pensamientos, sentimientos y motivaciones más profundos que nutren nuestras conversaciones, acciones y decisiones, para cambiar de dirección en aquello que necesita una transformación profunda, progresiva y duradera.

Otro ejemplo de conversión que quiero recordar, es cuando Jesús le dijo a Nicodemo que es necesario «nacer de nuevo» (cfr. Jn. 3, 4).

Nacer de nuevo es tener el anhelo de llegar a experimentar un cambio tan profundo que, para poder comprenderlo Jesús habla de un nuevo nacimiento.

Esa transformación no es tanto el resultado del propio esfuerzo, sino que es resultado de tres ingredientes esenciales, ninguno de los cuales puede faltar:

El deseo profundo de poder llegar a ver lo que es necesario cambiar.
2° El postrarse espiritualmente para pedir a Dios esa gracia, la cual transforma los corazones que están dispuestos a vaciarse de sí mismos, para recibir el poder del Espíritu Santo.
3° El dar pasitos diarios concretos para colaborar con la gracia de transformación que Dios nos concede.

Nicodemo no ponía en duda el hecho de que tal cambio fuera necesario y deseable, eso él ya lo sabía; sin embargo no sabía cómo lograrlo, ya que seguramente había tenido muchos intentos fallidos.

Por medio del nuevo nacimiento, Jesús lo invita a confiar no solamente en las propias fuerzas, sino a abandonarse al Espíritu Santo y a confiar en su poder transformador.

Con frecuencia en medio de un testimonio, Mirjana pide a los peregrinos: “oren por nosotros los videntes, que también podemos equivocarnos”.

Dios ha venido a llamar hombres y mujeres, no ángeles. Los videntes no son perfectos, así como no somos perfectos el resto de los seres humanos, aun cuando seamos laicos comprometidos, sacerdotes u obispos. Incluso el Papa Francisco el 27 de marzo del 2013, le decía a los empleados de la Santa Sede “quiero pedirles que recen por mí: tengo necesidad porque yo también soy pecador, como todos. Y quiero ser fiel al Señor. Recen por mí”. Esta es la Iglesia peregrina y no la celestial; esta es la realidad que debemos aceptar desde el corazón misericordioso del Señor y de su Madre.

En la segunda parte del mensaje, la Reina de la Paz nos dice: “Que Dios sea su mañana no la guerra ni el desasosiego, no la tristeza sino la alegría y la paz deben reinar en los corazones de todos los hombres…”

Debido a rumores y versiones en cuanto a Medjugorje, los cuales tienen un fundamento relativo y fragmentario, y que han sido alimentados por ciertos portales de internet, me he encontrado con varias personas que han perdido la paz y la alegría, y que en cambio han caído en el pozo del desosiego y la tristeza. Pienso que en esta parte del mensaje, la Gozpa se dirige a ellos de manera particular.

Es mi opinión que no tenemos porque salir a defender Medjugorje como si estuviésemos en guerra con quienes opinan diferente, ni tampoco atacar a quienes se oponen. Tan solo se debe exponer sencillamente la verdad, sabiendo que como se suele afirmar: las medias verdades son las grandes mentiras. Y sobre todo debemos orar, amar, pedir el don de la comprensión y dar el testimonio de lo que nuestros ojos han visto y nuestros oídos han escuchado a partir del encuentro con María Reina de la Paz, incluso para quienes nunca han llegado a Medjugorje, pero que han abierto su corazón a los Mensajes y han sentido la transformación que la Madre de Dios realiza en la vida de sus hijos.

Yo pienso (y es una opinión personal) que si aun no ha habido una mirada más positiva hacia Medjugorje, en gran parte los responsables (aunque no de manera absoluta) somos nosotros, ya que como dice la misma Reina de la Paz, debemos hablar menos de los mensajes, y vivirlos más, para ser testimonio vivo del Evangelio y de lo que nos quiere enseñar Nuestra Madre con su pedagogía.

En ocasiones nos quedamos más en la cascara que en el fruto, en ocasiones no somos veraces, no somos vinculo de unidad y comunión en nuestras parroquias, cenáculos, países, etc; en ocasiones nuestras motivaciones e intenciones no son del todo claras, y parece una búsqueda de sí mismo y de los propios intereses, más que el buscar la mayor gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos. Estos son algunos de los aspectos sobre los cuales debemos examinarnos, para convertir lo que necesita ser cambiado, y de este modo veremos cambios significativos en los demás.

Por lo tanto, propongámonos a lo largo de este mes orar más intensamente, haciéndolo desde los niveles más profundos del corazón, pidamos a la Reina de la Paz la gracia de poder ver lo que Dios nos está pidiendo convertir y cambiar en esta etapa de la vida, no estemos tan pendientes de lo que se diga por aquí o por allá, como sí de lo que debemos convertir cada día, evitando así caer en el desasosiego y la tristeza; y proclamemos desde nuestras actitudes colmadas de la paz y la alegría de Dios, que Dios está al control de todo.

P. Gustavo

 

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