Vivimos en un tiempo en el que los eventos se suceden a alta velocidad. Para los católicos, no es hora de dormir, sino por el contrario, es un tiempo en el que tenemos que estar alerta.

El Santo Padre Francisco, al anunciar el Año de la Misericordia -que dio comienzo con la Festividad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 2015- dijo que hay momentos en los que estamos llamados a dirigir nuestra mirada a la misericordia aún con mayor fuerza para que nosotros mismos nos convirtamos en un signo eficaz del amor del Padre.

En ese sentido, María es un ejemplo para nosotros. Desde el primer momento de su Concepción, Dios la había preservado del pecado, de modo que en Ella habitara todo el poder del Espíritu de Dios. María fue elegida por Dios para que en Ella se concibiera y después naciera la “Misericordia Encarnada”, nuestro Salvador y Redentor, nuestro Señor Jesucristo. Cuando el Ángel Gabriel le saluda, le dice: ¡No temas, María! Porque has hallado gracia delante de Dios. La expresión “hallar gracia delante de Dios” significa que Dios desde el principio le manifestó a Ella Su misericordia, porque Él es quien da siempre el primer paso y manifiesta Su misericordia al hombre. Y cuando Dios le manifiesta Su misericordia a María, no la manifiesta solo a Ella, sino que desea que el don que Ella recibió, se convierta en un regalo para todos nosotros. En la misericordia encontramos la prueba de lo mucho que Dios nos ama. Él se entrega a sí mismo por completo, para siempre, libremente y no pide nada en cambio. Viene en nuestra ayuda siempre que lo invocamos.

Es confortante saber que la oración diaria de la Iglesia comienza con estas palabras: “¡Oh Dios, ven pronto en mi ayuda: Oh Señor, date prisa en socorrerme!” (Salmo 70,2). La ayuda que invocamos es el primer paso de la misericordia de Dios para con nosotros. Él nos viene a ayudar en nuestra debilidad. Y su ayuda consiste en el hecho de que nos ayuda a aceptar su presencia y su cercanía. Día tras día, al ser tocados por Su misericordia, podemos llegar a ser más compasivos hacia los demás (Santo Padre Francisco, “El Rostro de la Misericordia” nº. 14).

“Sed pues misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36). Es un programa de vida que es exigente, pero también lleno de alegría y de paz. El mandamiento de Jesús se dirige a todos aquellos que quieren escuchar Su voz (cf. Lucas 6, 27). Para que seamos capaces de ser misericordiosos, en primer lugar, debemos estar dispuestos a escuchar la Palabra de Dios, tal y como nos exhorta el Papa Francisco. El amor a la oración y a la Palabra de Dios son los requisitos previos para el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y eso lo debemos aprender de María, y al igual que Ella, estar abiertos a la venida del Hijo de Dios en nuestra vida.

Aunque ahora es tiempo de descanso, no hay tiempo que perder. La llamada a la conversión y al cambio de vida es siempre actual. No podemos descansar de Dios, porque ésta es a menudo la razón por la que muchos regresan a casa de vacaciones más cansados de lo que se habían ido. El tiempo de descanso es una oportunidad para reconocer el propio cansancio y la propia debilidad, es una oportunidad para regresar a Dios, a nuestro primer amor, y para que en Él encontremos la fuente de nuestra fuerza y fortaleza a fin de poder enfrentar los nuevos desafíos que nos esperan.

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