Testimonio de Amparo Guillén

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Soy la tercera hija de mis padres y crecí en medio de los consentimientos de mi padre, sintiendo que yo era su hija predilecta, robando el espacio que debía ocupar mi madre y en medio de los resentimientos de mis hermanos. Mi madre fue una mujer silenciosa, de mucho sufrimiento, que no se defendió ni supo defender a sus hijos de la violencia de mi padre cuando llegaba embriagado; esto me llevó a querer salir de mi casa y rechazar mi condición de mujer.

Siendo menor de edad y cuando terminé mis estudios medios me casé con un hombre maravilloso de profesión médico veterinario, tuve dos hijos varones a los cuales críe con mis convicciones. Mi vida transcurría en medio de comodidades y me sentía feliz aunque totalmente alejada de Dios pues tenía una vida tranquila y llena de juventud en donde la presencia de Dios no decía nada ni a mí y por ende ni a mi familia. Sin embargo, todo no era dicha pues sufría estar en medio de la gente y me acomplejaba la timidez que nos caracterizaba a todos mis hermanos debido a la crianza que habíamos tenido.

Empecé a sentir angustia y quise encontrar la paz y felicidad que sentía que se me escapaba de las manos y entonces busqué un psicólogo. Llegué a ir donde un médico que colocaba a los pacientes en una silla y los ponía a inhalar gas y cuya experiencia fue terrorífica pues sentía que me iba a un profundo abismo, después supe que era una experiencia que llevaba al encuentro de lo que supuestamente era la muerte. Después estuve en otro médico que trató de hipnotizarme sin conseguirlo, y uno más de la Nueva Era que colocaba sobre mí cuarzos y me imponía las manos y lo más doloroso es que yo no sabía nada sobre el mal que podían causarme. Del psicólogo pasé al psicoanalista con el cual estuve nueve años yendo dos o tres veces a la semana, al cual le contaba lo que había sido mi vida pero llegó un momento en el cual empecé a sentir desesperación y vació y le manifesté que no volvería porque no veía ningún cambio en mi forma de ser y de sentir.

Yo trabajaba en una Institución que vela por el bienestar de la familia y allí mi asesor laboral era, el señor Gonzalo Garcés, quien se daba cuenta del deterioro de todo mi ser, perdí muchos kilos, mi salud empeoró y mi pregunta era ¿porqué si lo tengo todo no soy feliz?  Mi padre murió y me enfrenté a la realidad de la muerte y al más profundo vacío interior, Gonzalo me decía que fuera donde su esposa y yo pensaba a qué, pues sus palabras no me decían nada.

Trabajando en el hogar infantil Gonzalo y su esposa llevaron su nieto a la institución y allí conocí a doña Libia, para mí era una usuaria más, viajó a Medjugorje y me trajo de regalo una imagen de la Reina de la Paz y el libro de “Ora con el corazón”, los cuales fueron a parar al cajón de una mesita de noche y me olvidé por completo de este presente.

Mi vida se convirtió en un manojo de nervios y vivía en urgencias médicas para que los médicos me calmaran la angustia que no podía soportar, ellos decían “mujer estás bien, no te encontramos nada, trata de calmarte” y regresaba a mi casa, viendo en la cara de mi esposo y de mis hijos el desconcierto ante mi comportamiento.

Una tarde llegó a mi casa doña Libia y Gonzalo, estábamos los cuatro: mi esposo, mis dos hijos y yo y doña Libia empezó a preguntarme qué me pasaba y yo no supe explicarle pero ella me vio mal y me dijo: “Yo tengo un grupo de oración, ¿porqué no vas el sábado?” y yo le dije que sí, no sabía lo que, ni para que servía. Lo cierto es que fui, mi sorpresa fue ver allí mucha gente reunida cantando y alabando al Señor, rezando el Santo Rosario y todos estaban llenos de alegría y yo pensé ¿dónde me he metido?

Doña Libia me hizo pasar adelante donde me impusieron las manos sin tocarme, empezaron a orar por mí y experimenté dentro el más hermoso sentimiento, empecé a llorar y sentía como mi corazón se llenaba de dolor pero al mismo tiempo del más infinito amor y escuchaba las palabras de doña Libia que me decía “Déjate amar por el Señor” y desde aquel momento supe que nunca me iría de aquel lugar especial que había abierto mi corazón al amor de Dios a través de las manos purísimas de la Santísima Virgen.

Empecé a ir al grupo de oración y quería que me contaran todo acerca de Dios y me decía porqué nadie me había dicho esto, porqué la gente no conoce esto y empecé un proceso de sanación y liberación que me llevó a amar la vida. Pero como la Palabra de Dios nos dice: Él no ha venido a traer paz sino guerra. Empezó la batalla campal en mi casa, todos decían: “se enloqueció y quiere que todos nos volvamos locos”, retaban a doña Libia que la necesitaban para hacerle cinco preguntas y ver qué respondería y yo sabía que no la retaban a ella sino a ese Dios de amor y misericordia que ella lleva dentro de sí y lo proyecta a los demás.

Pero como la Palabra de Dios también dice que “por uno que crea los demás serán salvos”, mi esposo empezó a ir y dejarme en la puerta del lugar donde nos reuníamos y una vez quiso ir para ver cómo era que le lavaban a uno el cerebro y que ventaja sacarían, entró y se llevó la gran sorpresa de su vida porque él también conoció personalmente la presencia de Dios en su corazón y su vida también se transformó, se confesó después de 30 años, ya que no lo hacía desde nuestro matrimonio y empezó a formar parte de nuestra comunidad Mª Reina de la Paz.

Mis hijos son unos hombres intelectuales, el mayor es científico, físico doctorado en energía nuclear y graduado en Suecia con honores. El menor escogió una carrera más competitiva y estuvo a punto de perderse por la mala influencia de amigos y por la falta de orientación religiosa dentro del hogar, ya que yo decía descaradamente cuando eran pequeños que no les hablaba de Dios ni les imponía ninguna religión para que cuando fueran adultos escogieran lo que más les gustara. Al poco tiempo de estar en el grupo empecé a estudiar en la Universidad Teología y entré a formar parte de los catequistas de la iglesia Santa Gertrudis, Envigado, me preparé a través de la Arquidiócesis de Medellín y presté mis servicios durante 15 años porque quise reparar el daño que le había hecho a mis hijos y es por eso que a otros niños, jóvenes y padres de familia he catequizado para que conozcan que la vida sin Dios no tiene sentido y que llega un momento en que nada de lo que hay a tu alrededor te llena el alma y tu vida sucumbe.

A Dios gracias, ellos formaron hogares con la bendición de Dios y son creyentes y ven en sus padres la sabiduría del Altísimo para manejar las vidas que el Señor nos permite vivir. Llevamos l6 años en Centro de Paz y damos testimonio de la presencia de Jesús y María en nuestros corazones, con alegría y convicción de que Dios hace nuevas todas las cosas pues a partir de ese momento empecé a amarme, a sentirme orgullosa de ser mujer y lo más precioso: conocí y amé a María como madre, maestra y modelo de toda la humanidad, pues para mí Ella era una utopía y ahora puedo decir Gracias querida madre por tus mensajes salvíficos que nos llevan a Jesús.

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