“Queridos hijos, también hoy oro al Espíritu Santo para que llene sus corazones con una fe firme. La oración y la fe llenarán su corazón de amor y de alegría, y ustedes serán una señal para aquellos que están lejos de Dios. Hijitos, exhórtense unos a otros a la oración con el corazón, para que la oración llene su vida, y ustedes, hijitos, cada día serán, sobre todo, testigos del servicio a Dios en la adoración y al prójimo en la necesidad. Yo estoy con ustedes e intercedo por todos ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

Nuestra Madre la Iglesia, al proclamar a María como Mediadora o Medianera de todas las gracias, nos recuerda que la oración intercesora de Nuestra Madre tiene un gran poder espiritual, para que como nos dice en este Mensaje, el Espíritu Santo escuche y responda a su oración, y que nuestros corazones reciban una irrigación de fe firme.

En este Mensaje, la Reina de la Paz utiliza en dos ocasiones el verbo “llenar”.  Esto nos lleva a pensar en una copa que puede estar vacía, a medias, llena e incluso puede estar desbordando.

Así es nuestro espíritu: sin oración es como una copa vacía, que no puede calmar la sed de nadie; con poca oración solo tiene un poco de agua, por lo que solamente podrá saciar la sed de unos pocos; en cambio, cuando diariamente te abres a la presencia del Espíritu Santo, por medio de la oración hecha con el corazón, entonces el vaso de tu espíritu se va llenando del agua pura y cristalina del amor de Dios, y el Señor comienza a enviar a sus hijos sedientos de los cuatro rincones de la tierra, como lo hace en Medjogurje, quienes claman incesantemente: “Dame de beber” “dame de beber”.

Por eso Nuestro Señor nos dice: “Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz, diciendo: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba.  El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: “De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva.” (Juan 7:37-38).

Nosotros solo somos la copa, Dios es el agua viva que calma las diversas clases de sed que aquejan el alma humana.

La copa por sí misma no puede calmar la sed de ninguno, es más, si esta se rompe, el cristal lastima a quienes quieren beber de ella.  ¡Y cuantas veces en la familia, en las comunidades y en otros ámbitos de la sociedad nos lastimamos mutuamente, porque en lugar de ofrecer el agua viva del Señor, queremos dar de beber de nuestro cristal fragmentado!

Por eso Nuestra Madre nos invita a orar con el corazón, para que el agua viva de la presencia del Espíritu Santo, sane y restaure las grietas y las heridas de nuestro corazón, de manera que no nos lastimemos los unos a los otros, ni perdamos el agua de la alegría que Dios nos concede para la adoración a Dios y el servicio al prójimo, al próximo, al cercano, a aquel con quien más nos cuesta compartir algunos tramos de nuestro caminar cotidiano.

Entonces, cuando ese hombre o mujer, descubre que puede orar incesantemente, sin descuidar sus labores cotidianas, llevando a todos lados la presencia amorosa de Dios, como un vaso de la gracia Divina, la alegría y la paz de Dios y de su Madre lo colma, y luego al desbordar y rebosar, va regando con esa paz y alegría de Dios todos los ambientes, siendo testigo coherente y veraz de que la Reina de la Paz, viene a la tierra a visitarnos y que ella está con nosotros.

Que Nuestro Señor y su Madre nos sigan acompañando para que seamos vasos colmados para la gloria de Dios.

“Con todo, llevamos este tesoro en vasos de barro, para que esta fuerza soberana se vea como obra de Dios y no nuestra.” 2 Cor. 4:7

P. Gustavo E. Jamut

Oblato de la Virgen María

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