«Queridos hijos, también hoy les traigo en mis brazos a mi Hijo Jesús y desde este abrazo les doy Su paz y el anhelo por el Cielo. Oro con ustedes por la paz y los invito a ser paz. Los bendigo a todos con mi bendición maternal de paz. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! »

Querido hermano/a:
Desde la luz y el consuelo que la Reina de la Paz nos ofrece en este mensaje Navideño, quiero invitarte a tomar un momento de oración contemplativa.

Este es un día no tanto para razonar, sino especialmente para contemplar la escena del Nacimiento de Jesús, disfrutando de ella y colmándonos de la luz y de la calidez que este cuadro ofrece.

La contemplación es una de las formas de oración más profunda, en que se trata de alguna manera de estar presente en el misterio que uno está considerando.

Pero dejémonos que el mismo San Ignacio nos explique que es la contemplación, cuando nos invita a contemplar el nacimiento de Nuestro Señor:
1° punto. El primer punto es ver las personas es a saber, ver a Nuestra Señora y a Jose y al niño Jesús, después de haber nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible; y después reflexionar en mí mismo para sacar algún provecho. (E.E. n° 114)
2º punto. Mirar, observar y contemplar lo que hablan; y reflexionando en mí mismo, sacar algún provecho. (E.E. n° 115)
3° punto. Mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí; después reflexionar una vez más para sacar algún provecho espiritual. (E.E. n° 116)
Coloquio. Acabar con un coloquio… (E.E. n° 117)

En las primeras líneas del Mensaje de este 25, la Gozpa se nos presenta con el Niño Jesús entre sus brazos. Y Tal como dice San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, se nos invita a ver la escena como si estuviésemos presentes.

La escena es de María con el Niño, contiene una gran intimidad. En un primer momento la Madre sola con su hijo-Dios, abrazándolo, contemplándolo, adorándolo.

Pienso que María, antes de ofrecerlo a los pastores, a los sabios de Oriente, y aun al mismo José, necesita estar a solas, aunque sea unos minutos con su hijo-Dios.

Es que toda obra evangelizadora, servicio o entrega se nutre y apoya en la intimidad con Dios. No podemos dar a Jesús si antes no nos llenamos de él.

Por eso, María que hasta hace unos momentos tenía a Dios en el sagrario de su espíritu, alma y cuerpo, y ahora lo tiene fuera de sí, entre sus brazos, necesita acostumbrarse a esta nueva forma de contacto y de relación. Y mientras ella lo adora entre sus brazos, su Niño la colma de Espíritu Santo, para que siga “embarazada” de su gracia, de la presencia del Santo Espíritu de Dios.

Los obispos, sacerdotes, religiosas y laicos, necesitamos “embarazarnos” a diario de la gracia de Dios, por medio de la oración de intimidad con Dios. Si no tenemos esta profunda comunión con el autor de nuestras vidas, entonces nos faltará el amor, y entonces seremos como un metal que resuena o un platillo que hace ruido. (ref. 1° Cor. 13.1).

Por eso la Reina de la Paz comienza su Mensaje invitándonos a contemplar a su Hijo entre sus brazos, a fin de devolvernos la intimidad con él y transmitirnos el deseo de pasar tiempos a solas con el Amado.

Desde ese abrazo en el que nos sumergimos cada uno de nosotros, podremos recibir la paz de la Navidad, a fin de renovarla frecuentemente y de transmitirla a todos nuestros hermanos.

No lo dudemos, lograremos muchos más frutos en la evangelización y en la transmisión eficaz de los Mensajes si renovamos con frecuencia la intimidad con Jesús. Por eso no dejemos que pase este tiempo de Navidad, sin cerrar frecuentemente los ojos del cuerpo, para abrir los ojos del corazón y contemplar a María que nos ofrece a su hijo-Dios. Y luego recibámoslo entre nuestros brazos, como lo hacían san Antonio y otros santos, para quedarnos sumergidos en ese cálido abrazo que le ofrecemos al Niño en los brazos de nuestra alma. Y tal vez, hasta podamos sentir como una mano invisible, acaricia nuestro rostro.
P. Gustavo E. Jamut
Oblato de la Virgen María

“Dame un hombre de oración y será capaz de todo; podrá decir como el santo apóstol: puedo todas las cosas en aquél que me sostiene y me conforta”.
San Vicente de Paúl

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