Estoy convencido que jamás nadie, logrará comprender el amor de una Madre, solo ella misma. Es el amor de mamá el más idéntico al amor de Dios. Dice el profeta Isaías: “¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti. Mira cómo te tengo grabada en la palma de mis manos” (Is 49,15-16). Estamos tan unidos a mamá como un tatuaje a la piel.

 

Qué interesante que una madre pueda captar con su sensibilidad amorosa la situación del hijo. Siempre me ha llamado la atención que aun cuando el hijo no hable aún, ella sabe que le pasa o que necesita. Por eso me atrevo a decir: ¡qué  difícil es engañar a una mamá!

 

Nuestra Madre, en el último mensaje dado el 2 de Enero 2017, ha dicho: “mi amor materno, que me trae a ustedes, es indescriptible, misterioso, pero es real”. Me atrevo a decir que este amor de María, es el mismo amor de Dios; es un amor real, vivo, concreto, pero que no se puede describir, que no se puede comprender; un amor que escapa a todo presupuesto humano. Bastaría recordar algunos calificativos que San Pablo da al amor, para captar, al menos de algún modo, como es este amor que no se puede explicar, ni comprender, y que nos resulta misterioso, pero que lo podemos experimentar tan realmente vivo en nuestras vidas: “El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo” (1 Cor 13, 4-7). Un amor así, es eterno, viene de Dios. Podemos vivirlo, siempre que nuestro corazón se abra a la gracia de este amor que gratuitamente se nos ha dado en Jesucristo y en quien podemos vivir por la fe, la vida eterna.

 

En María, el Padre Dios nos ha mostrado su amor eterno, tan vivamente, que por la acción del Espíritu Santo, lo encarnó en su vientre; y en ese amor encarnado, fuimos engendrados todos. Es en este amor que la Palabra de Dios fue pronunciada a todos los pueblos. Es en este amor que estamos llamados como discípulos misioneros, a vivir en la luz y llenarnos cada día de él.

 

Para vivir en este amor es indispensable abrir el corazón y colocarnos en humildad delante de Dios. Sin pretender razonarlo y conceptualizarlo. Es necesario vivir la fe limpia y transparente de María que nos enseña a creer sin ver, porque es más dichoso aquel que cree sin ver (Cfr. Jn 20,29). La fe que hace milagros; la fe que ilumina las vidas y dispersa toda obscuridad. Es la fe que nos hace captar de nuestra Madre su amor, comprensión y afecto maternal. Es por la fe que podemos experimentar este amor maternal que llama, une, convierte, alienta y llena.

 

Por medio de su amor maternal, nuestra Madre nos asegura su presencia y la de su Hijo. Nos da su amor y nos llama a las obras del amor. Ella nos dice: “De ustedes, apóstoles míos, busco las rosas de vuestra oración, que deben ser obras de amor; estas son para mi Corazón maternal las oraciones más queridas, y yo se las presento a mi Hijo, que ha nacido por ustedes” (02/01/17)

 

Como buena Madre, la Reina de la Paz nos envía como portadores de este amor. Nos hace misioneros del amor, llamándonos a vivir el mandamiento de su Hijo y así encarnarlo en nuestro ambiente. “Por eso, apóstoles míos, amense siempre los unos a los otros, pero sobre todo amen a mi Hijo: este es el único camino hacia la salvación y hacia la vida eterna. Esta es mi oración más querida que, con el perfume más hermoso de rosas, llena mi Corazón” (02/01/17)

 

Oh, Amor de Madre, amor real, amor eterno, amor vivo, amor indescriptible y misterioso, abrázanos y cobíjanos en ti. En tu regazo de amor sánanos y ayúdanos a amar a tu Hijo Jesús, amor del Padre, en quien somos tan amados de Dios.

 

P. RAFAEL ZACARIAS GARCIA

México

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