“Queridos hijos, los invito a orar, no pidiendo sino ofreciendo sacrificios, sacrificándose. Los invito al anuncio de la verdad y del amor misericordioso. Oro a mi Hijo por ustedes, por su fe, que en sus corazones disminuye cada vez más. Le pido a Él que los ayude con el Espíritu Divino, como también yo deseo ayudarlos con el espíritu materno. Hijos míos, deben ser mejores; solo los que son puros, humildes y llenos de amor sostienen el mundo, se salvan a sí mismos y al mundo. Hijos míos, mi Hijo es el corazón del mundo, es necesario amarlo y orarle a Él, y no traicionarlo siempre de nuevo. Por eso ustedes, apóstoles de mi amor, difundan la fe en los corazones de los hombres con vuestro ejemplo, con la oración y con el amor misericordioso. Yo estoy a vuestro lado y los ayudaré. Oren para que sus pastores tengan cada vez más luz, para que puedan iluminar a todos aquellos que viven en las tinieblas. Les doy las gracias.”

 

Un “Mensaje” que nos dispone a un “Centenario”

 

El Evangelio nos enseña con toda sobriedad: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Lc. 14, 11). Esta doctrina no solo expone un camino claro para configurarse con Cristo, sino que describe el desarrollo e incremento de la vida interior, en uno de los grados más elevados de la Configuración con Cristo y obra auténtica de la acción del Espíritu Santo en las almas.

Por eso San Ignacio coloca en el “Tercer grado de Humildad”, el anhelo y la búsqueda del sacrificio:

“…Quiero y elijo pobreza con Cristo pobre más que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos más que honores; y deseo de ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, más que por sabio ni prudente en este mundo…” (Ejercicios Espirituales 165-167).

Se trata por tanto de un desarrollo homogéneo y de un incremento de la vida sobrenatural en el alma, que  habiendo renunciado a su desordenado amor propio, al  egoísmo y afán de protagonismo, no solo es liberada de sus “propios ídolos” (Papa Francisco, Catequesis del 11 de Enero del 2017), sino que abraza como propia, con todo el gozo posible, la voluntad del Señor, que se hace Sacrificio y ofrenda por nosotros.

“Le pido a Él que los ayude con el Espíritu Divino, como también yo deseo ayudarlos con el espíritu materno”: nuestra Madre, con ternura y cercanía amorosa, nos convoca, con la suavidad del Espíritu Santo, a vivir el gozo del amor verdadero: “los invito a orar, no pidiendo sino ofreciendo sacrificios, sacrificándose.”

Una llamada para “ser mejores”, que no tiene como meta un bien perecedero, sino que “el bien” más importante para la sociedad humana, que los apóstoles del  amor de María deben procurar, sin descanso y filial confianza: “solo los que son puros, humildes y llenos de amor sostienen el mundo, se salvan a sí mismos y al mundo.”

Nuestro principal obstáculo es nuestro pecado: “traicionarlo siempre de nuevo”. Por eso, el ayuno y el sacrificio nos auxilian, para difundir la fe en los corazones de los hombres, con nuestro ejemplo, con la oración y con el amor misericordioso. Se trata de una continuidad y desarrollo de la intensidad de la vida cristiana por donde nos conduce nuestra Madre y  Reina de la Paz.

No es difícil reconocer, por lo tanto, que también hay una continuidad en los mensajes de Medjugorje, respecto de los mensajes de Fátima.

-El sacrificio como participación de los impulsos de amor del Corazón de Jesús: “Quieren ofrecer a Dios el soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviarles como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de suplica por la conversión de los pecadores?” (13 de Mayo, 1917).

-El espíritu maternal de María, maestra de la vida interior: “Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.” (13 de junio de 1917)

-La vocación de los Apóstoles de su amor Maternal: “Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas por Dios como flores puestas por mi para adornar su Trono.” (13 de junio de 1917)

-La oración como testimonio de la acción sobrenatural de Dios en las almas:

“Oren, oren mucho y hagan sacrificios por los pecadores”  (13 de Julio de 1917)

-El valor del sacrificio como signo del amor de Cristo:

“…Digan muchas veces, y especialmente cuando hagan un sacrificio: «Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María»” (13 de Julio de 1917)

-Los medios sobrenaturales, como instrumentos eficaces para vencer los ataques de las tinieblas: “Continúen rezando el santo rosario para alcanzar el fin de la guerra. En Octubre vendrá también nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen, San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo”. (13 de Septiembre de 1917)

-La centralidad de la Eucaristía, del sacerdocio y de la Iglesia en la presencia milagrosa de la Madre del Señor:

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que El es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.” (Octubre del 2016)

 

Todos estos aspectos que resplandecen en la escuela de Medjugorje, nos permiten tener una comprensión más profunda de los Mensajes de Fátima. Reconocer, por sobre toda novedad atractiva, que la tragedia más grande que puede vivir la humanidad es la del pecado y sus consecuencias. El milagro más trascendente y necesario, para el corazón del ser humano, es su conversión. Y el esplendor para todas las naciones es el Reinado del Señor, al que llegaremos por el Reinado de su Inmaculado Corazón y por el imperio amoroso en nuestros corazones de la Reina de la Paz.

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