En el último Mensaje la Gospa nos dijo: “Queridos hijos, para mi Corazón materno, es una gran alegría venir y manifestarme a vosotros (…) Mi Corazón materno desea que, cuando mi Hijo mire en vuestros corazones, vea en ellos confianza y amor incondicionales” (2.11.2016). Podríamos decir que Medjugorje es la historia de tres corazones a los que nuestra Mamá celeste alude con frecuencia en Sus Mensajes: el Sagrado Corazón de Jesús, el Inmaculado Corazón de María y nuestros propios corazones, el tuyo y el mío, llamados permanentemente por Su Corazón materno a abrirse a Su amor, a la gracia del Espíritu Santo, a la conversión y santidad de vida y, en definitiva, a consagrarse a los Corazones de Jesús y de María.

El corazón, en lenguaje bíblico, no sólo dice relación al mundo afectivo del amor, sino a la vida entera del hombre, el cual piensa, recuerda, ama y decide en su corazón. El corazón del hombre es el centro de su ser, allí donde el hombre, todo hombre, dialoga consigo mismo, asume sus responsabilidades y se abre o se cierra a Dios: es sinónimo de interioridad, de aquello que nos diferencia y distancia del resto de la creación física, en cuanto sujetos espirituales, únicos e irrepetibles, esto es, personas: las únicas criaturas en la tierra, que como recuerda el Concilio, Dios ama por sí mismas. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el corazón es el “lugar” donde el hombre se encuentra con Dios, encuentro que vino a ser plenamente efectivo y perfecto en el Corazón sagrado del Hijo de Dios:

1. El Sacratísimo Corazón de Jesús es adorable, en cuanto unido “hipostáticamente” (esto es, “personalmente”) a la Persona Divina del Verbo: en el Corazón de Jesús, se une –de este modo– lo humano y lo divino, sin confusión, mezcla, división ni separación. En él se revela el misterio interior de Cristo: Dios y Hombre verdadero. Perfecto Dios y perfecto hombre. Consubstancial al Padre (de su misma naturaleza divina) y a Su Madre (de su misma naturaleza inmaculada, pues toda la sustancia humana la tomó el Espíritu de Ella). Sí, ¡por obra y gracia del Espíritu Santo se formó en el seno de la Virgen de Nazaret la Humanidad de Cristo, Hijo del Eterno Padre! ¡Se formó en esa Humanidad, el Corazón! Desde entonces, en el seno de la Santísima Trinidad, late un Corazón humano, al compás de aquel mismo Amor divino, con el que el Padre y el Hijo se aman eternamente, en el Espíritu, que, procediendo de ambos, une a los Tres en la plenitud  indivisible de su Unidad Todopoderosa, en el misterio inefable de su comunión trinitaria y perfecta. Y este Corazón Divino, desde el primer latido, está unido, palpita al compás del Corazón Inmaculado de Su Madre. Corazones unidos en un mismo amor, voluntad y designio.

En el Corazón glorificado de Cristo Resucitado, que sigue latiendo y vivificando su Santísima Humanidad en el cielo, ha querido Él conservar, por siempre, la gloriosa hendidura que le ha causado la ofensa de nuestro desamor: y, así, perpetuamente abierto –a través de su herida luminosa–, nos introduce en el torrente del amor divino, en la eternidad de Dios, en aquella plenitud de vida que nos regala y comunica a través del sacramento eucarístico que brota de su divino Corazón. Por eso, nuestra Mamá celeste nos invita con insistencia a adorar este Corazón Eucarístico de Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar y nos asegura que siempre que lo adoramos Ella está con nosotros en adoración: “Adorad sin cesar al Santísimo Sacramento del Altar. Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración. En esos momentos se obtienen gracias particulares” (15.03.1984).

2.- En Fátima, anunció nuestra Mamá Su victoria definitiva: que al final el Inmaculado Corazón de María triunfará. En Medjugorje, ha venido para completar lo que allí inició: ese triunfo es el del Corazón Eucarístico de Su Hijo y para lograrlo necesita a todos Sus hijos, Su estirpe santa. Por eso, pide insistentemente nuestras oraciones, sacrificios y ayunos por Sus intenciones y que no dejemos de orar por los pastores de la Iglesia (sus hijos predilectos) que la han de ayudar (mayormente) a triunfar, de forma absoluta y definitiva, de satanás y todos Sus enemigos.

¿Podemos hacer algo más para colaborar en Su triunfo? Sin duda. Es necesario que nos consagremos a Su Inmaculado Corazón y que vivamos esta consagración como un acto total de amor, abandono y entrega confiada. A través de esta consagración nos consagramos y abandonamos en Dios por mediación de María: “Queridos hijos, os invito a consagraros a mi Corazón Inmaculado. Deseo que os consagréis personalmente, como familias y como parroquias, de tal modo que todos vosotros pertenezcáis a Dios a través de mis manos” (25.10.1988). “Hijos míos: consagraos totalmente a mí. Yo tomaré vuestras vidas en mis manos y os enseñaré la paz y el amor, y entonces las entregaré a mi Hijo” (18.03.2012). “Consagradme vuestros corazones y yo os guiaré” Os enseñaré a perdonar, a amar al enemigo y a vivir según mi Hijo” (2.02.2013).

En 1983, la Gospa enseñó a Jelena Vasilj dos oraciones de consagración, que podemos recitar diariamente:

Oración al Sagrado Corazón de Jesús: “Oh Jesús, sabemos que Tú eres manso y humilde de corazón y que has ofrecido Tu Corazón por nosotros. Está coronado de espinas por nuestros pecados. Sabemos que incluso hoy Tú pides por nosotros, a fin de que no nos perdamos. Jesús, acuérdate de nosotros cuando estemos en pecado. Por medio de Tu Corazón Sacratísimo, haz que nos amemos unos a otros. Haz que el odio desaparezca entre los hombres. Muéstranos Tu amor, todos nosotros Te amamos y queremos que nos protejas con Tu Corazón de Buen Pastor. ¡Entra a cada corazón, oh Jesús! ¡Llama a la puerta de nuestros corazones! Sé paciente y perseverante. Nosotros seguimos cerrados porque aún no hemos entendido Tu voluntad. Llama continuamente, oh Jesús, y haz que Te abramos nuestros corazones, al menos en el momento en que recordemos Tu Pasión sufrida por nosotros. Amén”.

Oración al Corazón Inmaculado de María: “Corazón Inmaculado de María, lleno de bondad, muéstranos tu amor para con nosotros. Que la llama de tu Corazón, oh María, inflame a todos los hombres. Todos nosotros te amamos. Imprime en nuestros corazones el verdadero amor de modo que tengamos un continuo deseo de Ti. Oh María, de Corazón dulce y humilde, acuérdate de nosotros cuando estamos en pecado. Tú sabes que todos los hombres pecamos. Concédenos, por medio de tu Inmaculado y Maternal Corazón, que seamos curados de toda enfermedad física y espiritual. Haz que siempre podamos contemplar la Bondad de tu Corazón Maternal y lleguemos a convertirnos por la llama amorosa de tu Corazón. Amén”.

3. Nuestros corazones deben abrirse, sin miedo, con plena confianza al amor de Jesús y de María, unirse a Ellos en alianza y esclavitud de amor, renovando cada día nuestra consagración: “Invito a todos los que me habéis dicho “sí”, a renovar la consagración a mi Hijo Jesús, a Su Corazón y a mí, de modo que podamos usaros más eficazmente como instrumentos de paz en este mundo sin paz” (25.04.1992).

Abramos, de par en par, las puertas de nuestro corazón a la misericordia y al perdón de Dios, a la presencia y al amor de la Madre, para que sean sagrarios de los Corazones unidos de Jesús y de María, tierra sagrada y bendita, Medjugorje vivo y palpitante: “Consagrad vuestros corazones y haced de ellos el hogar del Señor. Que Él more en ellos por siempre (…) Decidíos, hijos míos, es el tiempo de la decisión. Sed justos e inocentes de corazón para que pueda guiaros al Padre” (18.03.1996). Entonces, nuestros corazones unidos a los Suyos, vibrarán con amor recíproco, pacificados por el Espíritu, al mismo compás de amor y obediencia filial al Padre de las misericordias, Dios de todo consuelo.

FOTO: aciprensa

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