A lo largo de los siglos, los diversos artistas que han representado a la Virgen Santísima, lo han hecho -en su gran mayoría-, rodeándola de una intensa luz, la cual en algunas pinturas pareces brotar de su pecho, y en otras ocasiones está como rodeándola.

 

Si uno no supiese por los santos Evangelios, de cómo fueron algunos momentos la vida de la Virgen Santísima, al contemplar esas obras de arte podría llegar a pensar que en la vida de la María no hubo momentos de oscuridad.

 

Sin embargo sabemos que no ha sido así. Ella tuvo que transitar por la incertidumbre de no saber cuál sería la decisión de José al saber que ella esperaba un niño que no era hijo suyo; o también la oscuridad que rodeó la persecución de Herodes, el hecho de tener que huir al extranjeros, sin nada, con todo lo que eso significaba al ser un inmigrante en un país extraño.  Pensemos en el periodo de oscuridad por el que tuvo que atravesar durante el juicio de su Hijo, su Pasión y su muerte… y la espera de la Resurrección.

 

En lo personal, pienso que la luz que la Virgen irradia y de la cual nos han hablado algunos místicos y hasta a quienes se les ha aparecido la Reina de la Paz, fluye de su fe, esperanza y amor, totalmente enfocada hacia Dios, y desde Dios hacia el bien de todos los hombres y mujeres, de su tiempo, del nuestro y de todos los siglos.

 

La Virgen María, como judía creyente y religiosa, conocía los Salmos.  Por lo tanto más de una vez habrá recitado las palabras del salmista, que dicen: “Aunque cruce por oscuros barrancos, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo” (Salmo 23, 4).

 

Por lo tanto, te invito a que reflexionemos en este versículo Bíblico, fragmentándolo en tres partes, y permitiendo que el Espíritu Santo nos ayude a ver los momentos de oscuridad interior por los cuales hemos tenido que pasar o que estamos atravesando.  Para que bajo la luz, que proyectan el amor de Dios y la ternura de la Reina de la Paz, seamos reconfortados, consolados y reconducidos tras los pasos del Señor.

 

 

3 Puntos para meditar

1° Punto: “Aunque cruce por oscuros barrancos…”

2° Punto: “No temeré ningún mal…”

3° Punto: “Porque tú estás conmigo…”

 

  1. “Aunque cruce por oscuros barrancos”

 

La oscuridad espiritual o la noche del alma, es un estado interior por medio del cual quienes deseamos seguir creciendo en fidelidad a Dios, atravesamos durante algunos períodos de la vida, una aridez que nos impide disfrutar sensiblemente de la amistad con Dios.

 

Lo que en esos períodos sentimos en nuestro corazón puede llamarse, con todo derecho, y en palabras de San Ignacio de Loyola: desolación”. 

 

San Ignacio definió la desolación espiritual: como oscuridad del alma, turbación, atracción a las cosas bajas y terrenas, inquietud,  varias agitaciones y tentaciones, sentirse con poca confianza, percibirse a sí mismo sin esperanza, sin amor, con pereza, tibieza, tristeza y como si estuviese separada de su Criador y Señor. (Ejercicios Espirituales, nº 317).

 

Durante los períodos de desolación, no se tiene una experiencia emocional, ni se percibe sensiblemente la presencia de Dios, sino que se lo sigue por fe.  Es una unión con Él la cual no es afectiva, sino efectiva.  Y es efectiva y en fe pues a pesar de esa oscuridad, la luz de Dios va transformando nuestro interior, aun cuando no nos demos cuenta de esto.

 

Pero tal vez te preguntarás: ¿qué debo hacer en esos momentos de oscuridad interior?, o también: ¿Cómo puedo superar esta situación difícil y de confusión por la que yo, mi familia, o mi comunidad, estamos atravesando?

 

La respuesta que dan Jesús, la Reina de la Paz, y san Ignacio, es esencialmente la misma:

 

  • “Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41)
  • “¡Queridos hijos! Hoy los invito nuevamente a la conversión. Hijitos, no son suficientemente santos y no irradian santidad a los demás, por ello oren, oren, oren y trabajen en la conversión personal para que sean signos del amor de Dios para los demás. Estoy con ustedes y los guío hacia la eternidad, la que debe anhelar cada corazón.” (Mensaje del 25 de agosto de 2009).
  • “Dado que en la desolación no debemos cambiar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, insistiendo más en la oración, meditación, en discernir con cuidado y en extendernos convenientemente en hacer penitencia.” (San Ignacio. Ejercicios Espirituales 319. 6ª regla de discernimiento).

 

Para reflexionar:

  • ¿Has pasado o estás atravesando un período como el descrito anteriormente?
  • En esos momentos, ¿cómo reaccionaste?

 

2° Punto: “No temeré ningún mal…”

 

El salmista proclama en fe, que incluso en los momento más difíciles, él no temerá ningún mal.  Y esta decisión es muy importante, ya que en los corazones donde se instala el temor o el miedo en sus diversas formas, no puede haber paz.

 

Entre las primeras frases que el Arcángel Gabriel le dice a María, tienen gran fuerza y resonancia, el: “No temas” (Lucas 1:30).

 

También Jesús animó a los discípulos a no dejarse vencer por el miedo, sino a superarlo por medio de la fe y la oración; por ejemplo en Mateo 14:27.

 

En una oportunidad, en un taller que guié y que llevaba como título: “Como vencer el temor, el miedo y la ansiedad”, pedí a los participantes que me hicieran llegar por escrito aquello que les hacia surgir miedo.

 

La lista de temores, era interminable.  Allí aparecían como mas repetitivos el miedo a: la soledad, al abandono, a la enfermedad, a la muerte, al fracaso, a la pobreza, al ridículo, al desprecio, a la gente, a hablar en publico, a lugares abiertos, a lugares cerrados, al agua, a la oscuridad, el miedo a decir lo que se piensa y las consecuencias que podría producir… y la lista de lo que origina el miedo se vuelve muy extensa.

 

El miedo es algo recurrente y repetitivo en todas las culturas, pues desde el pecado original de Adán y Eva, todos los hombres y mujeres que han caminado por esta tierra lo han experimentado.   “Escuche tu voz en el jardín y tuve miedo…” (Génesis 3,10).

 

El miedo es una emoción inseparable de la condición humana, la cual experimentó y experimenta todo hombre y mujer de esta tierra desde el vientre materno y a lo largo de todo el desarrollo de la vida.

 

Sin embargo se habla muy poco del miedo en sí mismo y de cómo tratarlo.  Esto quizás se deba  a que nos cuesta enfrentar este tema, pues el reconocer que tenemos miedos nos hace sentir vulnerables.  Esto es como decir que se tiene miedo al mismo miedo.

 

Sin embargo, cuando recorremos  las Sagradas Escrituras encontramos como sus páginas están impregnadas de hombres y de mujeres, incluso llamados y ungidos por Dios, que han experimentado el miedo en diferentes grados y en diversos momentos de sus vidas.

 

La verdadera sabiduría no consiste en no tener miedos, sino en aprender a tener -por medio de la oración del corazón- dominio sobre ellos.   De hecho la palabra “dominio”, viene del término latino “dominus”, que se traduce como “señor”. Por lo tanto dominar los miedos significa permitirle a Dios, ser Señor y entregarle el control de todos los acontecimientos de nuestras vidas.

 

 

3° Punto: “Tú estás conmigo”

 

Hay quienes piensan que los santos y los líderes espirituales han vivido o viven contemplando con los sentidos del cuerpo, el rostro de Dios. Sin embargo, algunos de ellos -por medio de sus escritos- nos han dejado un bosquejo sobre cómo atravesaron largos períodos de aridez espiritual, no permitiendo que esto fuese un impedimento en su unión con Dios y en su servicio a los demás, pues en la fe tenían la seguridad de que Dios estaba junto a ellos.

 

Santa Teresa de Ávila, por ejemplo, cuenta en el capítulo 8 del “Libro de la vida”, cómo durante esos períodos de aridez fue un gran bien para ella que no se apartara de la oración: “Algunos años, le daba más importancia a desear se acabase la hora de oración… Y es cierto que era tan insoportable la fuerza que el demonio me hacía a mi ruin costumbre que no fuese a la oración, y la tristeza que me daba en entrando en el oratorio, que era menester ayudarme de todo mi ánimo… para forzarme, y en fin me ayudaba el Señor… Y después que me había hecho esta fuerza, me hallaba con más quietud y regalo que otras veces en que tenía deseo de rezar…  Pues si a alguien tan ruin como yo tanto tiempo soportó el Señor, y se ve claro que por aquí se remediaron todos mis males…”

 

En cuanto a la santa Madre Teresa de Calcuta, lo primero que solemos tener en cuenta es su obra exterior: su “sí” a las inspiraciones de Dios, el ponerse totalmente al servicio de los más pobres, la fundación de la congregación de las hermanas de la Caridad, etc. Pero, mientras tanto, ¿qué sucedía dentro de ella?

 

Podemos asomarnos como en puntas de pie, para contemplar algo de su interior, por medio algunos breves fragmentos de lo que ella misma ha escrito en las cartas a su director espiritual, hechas públicas con ocasión del proceso de beatificación.  “Hay tanta contradicción en mi alma, un profundo anhelo de Dios, tan profundo que hace daño, un sufrimiento continuo –y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin entusiasmo…”.  Y también “He comenzado a amar mi oscuridad, porque creo que ésta es una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del sufrimiento en que Jesús vivió en la tierra”.[1]

 

Por medio de estas líneas podemos  darnos una idea de la densidad de las tinieblas en las que se encontró y cómo esa oscuridad no le impidió irradiar una intensa luz en todo el mundo…

 

La característica de los grandes hombres y de las grandes mujeres, dice san Gregorio Magno es que “en el dolor de la propia tribulación, no descuidan la conveniencia de los demás; y mientras soportan con paciencia las adversidades que les golpean, piensan en enseñar a los demás lo necesario, semejantes en ello a ciertos grandes médicos que, afectados ellos mismos, olvidan sus heridas para atender a los demás”[2]

 

Por lo tanto, si tú estás en estos momentos de tu vida, atravesando “en algo” esta oscuridad interior, cierra tus ojos, y sumérgete en la luz de Dios, pidiéndole el don de la perseverancia y el poder llegar a dar abundantes frutos en todas las áreas de tu vida.

 

“Creo Señor, que Tú estás aquí presente.  Aunque mis ojos no te vean, aunque mis oídos no te escuchen, aunque mi corazón no te sienta y la oscuridad me rodee por doquier, yo creo Señor que Tú estás aquí, y que en el momento en que Tú lo quieras esa luz volverá a brillar.

Gracias Señor por enviarnos a María, como Reina de la Paz, que nos guía con su amor, para que aprendamos a confiar que tu luz me envuelve, tu luz me rodea y me protege, tu luz guía mis pasos a lo largo de este día.  Amén.”

 

Junto a la bendición sacerdotal, te envío un fuerte abrazo a través de mi ángel custodio, y te pido que reces por mí

P. Gustavo E. Jamut, omv

[1] Fr. Joseph Neuner, S.J., On Mother Teresa’s Charism, “Review for Religious”, Sept- Oct. 2001, vol. 60, n.5

[2] . Gregorio Magno, Moralia in Job, I,3,40 (PL 75, 619).

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