Al escuchar las palabras de la Reina de la Paz, descubrimos que el Ayuno y la Oración son inseparables en el camino de la conversión a Dios. Esto es porque nos ayuda a vivir con humildad nuestra vida, reconociendo a Dios como Creador y Padre, sometiendo a El nuestra voluntad, y nos abre la vida hacia los hermanos, de manera que nos dispone a reconocer la dignidad del otro y nos hace salir a su encuentro, para compartir con ellos la vida en sus necesidades más profundas. Nos son de gran ayuda las luces, que a propósito del ayuno, hiciera nuestro recordado y amado Papa Emérito, Benedicto XVI, en su mensaje para la Cuaresma 2009. Nos parece interesante poner de relieve estas magnificas enseñanzas para vivir esta escuela de la oración y el ayuno, a que nos llama nuestra Madre.

Nos dice Benedicto XVI: “ Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5)”.

El Ayuno:

  • Nos ayuda a recuperar la amistad con el Señor.
  • Nos enseña a “humillarnos delante de nuestro Dios” Esdras 8,21
  • Nos dispone a cumplir la voluntad del Padre Celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18).
  • Nos ayuda a someternos humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.
  • Es una fuerza capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios.
  • Es el alma de la oración, y la misericordia. (S. Pedro Crisólogo)
  • Es una “terapia” para curar todo lo que nos impide conformarnos a la voluntad de Dios.
  • Es una llamada a no “vivir para sí mismos, sino para aquél que nos amó y se entregó por nosotros, y a vivir también para los hermanos. (Pablo VI)
  • Nos ayuda a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo,
  • Es una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su Palabra de Salvación.
  • Nos ayuda a permitir que venga el Señor, a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.
  • Ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos.
  • Es el arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos.
  • Ayuda a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana.
  • Tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros a hacer don total de uno mismo a Dios. (S. Juan Pablo II, ve 21)

Al hablarnos del ayuno, nos enseña el papa, que el mismo san Agustín cuando hablaba de sus inclinaciones al pecado, las comparaba como una “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” Decía: “yo sufro, es verdad, para que él me perdone; yo me castigo para que él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura”

“Hemos de practicar el ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18)”.

“Para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo, es necesario un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical”.

“Que nos acompañe la Beata Virgen María, causa Nostræ Laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. (Benedicto XVI, Cuaresma 2009)

Nuestra Madre del cielo, nos ha alentado a trabajar en nuestra conversión, en este tiempo especial de gracia, refiriéndose seguramente a este tiempo cuaresmal, pero también al tiempo de su presencia entre nosotros, que es el mismo tiempo de la misericordia infinita de Dios, que se inclina hacia nosotros pecadores y nos llama, por medio del amor maternal de María, a convertirnos, acogiendo en nuestra vida a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador: “Y desde ahora, hijitos, trabajen en sí mismos en este tiempo de gracia, en que Dios les concede la gracia para que, por medio de la renuncia y el llamado a la conversión, sean personas de clara y perseverante fe y esperanza”. (25 Febrero 2017).

Nos ayude y enseñe la Reina de la Paz a acoger el don Dios, en este tiempo especial de gracia. Amen

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