Mis queridos amigos:

Siempre los Mensajes de nuestra Madre, María Reina de la Paz, son para nuestro consuelo y esperanza. Para aquietarnos en medio de los conflictos que nos rodean, para secar nuestras lágrimas y para invitarnos a la confianza. Nos pide nuestro corazón frágil para tomarlo con sus manos santas y puras de Madre, y poder cuidarlo, sanarlo y presentarlo al Corazón de su Divino Hijo. En las manos de María no puede haber desesperación ni miedo.

Y entregar nuestro corazón se traduce en pedirle al Señor “que nos aumente la Fe” (Lc. 17, 5) para poder vivirla en profundidad. La suficiencia es signo de desconfianza en el poder Divino. Implorar al Señor que nos aumente la Fe, es reconocer humildemente nuestra fragilidad y deseo de abandonarnos en su Voluntad. No olvidemos que la humildad cautiva la Misericordia de quién ha contemplado “la humillación de su Esclava” (Lc. 1, 48).

La suficiencia y la soberbia nos confunde, engaña y adormece. Tal como ocurrió con los tres apóstoles en el Huerto de los Olivos, cuando el Señor les dijo: “Velad y orad para que no entréis en tentación. El espíritu, en verdad, pronto está, mas la carne enferma” (Mt. 26, 39-44)

No es novedad, para nadie, que estamos en un Getsemaní. Lo afirman los Papas, los Santos y los mensajes de nuestra Madre Santísima. Pero la hora de la Agonía del Señor, que también lo fue de María, es la hora del abandono. Ni los vientos que remecen la barca de Pedro, ni las tempestades que impactan la ciudad del hombre, tienen poder sobre el Reino del Señor. Incluso, toda tribulación, aumentará su esplendor y el gozo de los que viven para la gloria del Señor.

La Esperanza, que debe pedirse al cielo, y que solo se educa e incrementa, en el Corazón Inmaculado de María, nos lleva apasionadamente a la oración. La Esperanza se establece firmemente cuando se pide con la insistencia y se busca cimentar “las raíces de la Fe, en la vida eterna”, cumbre de la vida de oración y meta de la vida de gracia. Es vivir ya “el cielo en la tierra”.

“Renuncia y Conversión”: En ello debe estar nuestro empeño, en este tiempo de gracia. Renuncia al “yo” egoísta y vanidoso, a los apegos mundanos, a los pecados que nos esclavizan y las omisiones que nos ahogan. Conversión, dejando que nuestro corazón sea transformado completamente en la escuela de oración, en los brazos de María Reina de la Paz. Todo en los brazos de María. En las alegrías y en las penas, en la virtud y en las caídas, en el consuelo y la tribulación. Ningún corazón humilde, que haya depositado todo su ser en el Corazón de María ha quedado desamparado. Siempre han recibido generosamente la plenitud de la Vida y del Amor: Jesucristo su Hijo y nuestro Señor.

Mi oración y bendición con ustedes.

Bendiciones y gracias.
Atentamente en Jesús, María y José

Padre Patricio Javier Romero. Chile
REGNUM DEI, Cuius regni non erit finis

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